viernes, 7 de agosto de 2009

Desperdicios de amor

El sábado por la mañana, nada más despertarme, me dio por vaciar mi mesita de noche. Era algo que hacía muy de vez en cuando. A veces pasaban años entre inspección e inspección y la verdad es que, fruto de mi conocido desorden, la mayor parte de lo que sacaba bailaba entre el calificativo de mierda y basura, pero siempre terminaba por encontrar algún recuerdo o curiosidad que me recordase otros tiempos. Entre entrañables e higiénicos objetos como pañuelos usados, algún condón empleado en alguna paja adolescente o alguna tirita que protegió durante un breve periodo alguna herida, hongo o verruga, encontré algo de relativo valor sentimental. Objetos de mi viaje de un mes, una vez terminado el bachillerato, a Inglaterra.

Entre esos objetos había unas cuantas libras, el abono mensual al servicio metropolitano de autobuses de Manchester y varias cartas, algunas recibidas, otras que no había llegado a mandar, que me escribí con una chica con la que compartí el viaje y, posiblemente, la única mujer con la que he llegado a experimentar algo parecido a lo que todo el mundo llama amor.

Después de dudar un poco, considerando la posible vergüenza que podría llegar a padecer al leer esos textos, finalmente me decidí a darles una ojeada. Con un poco de suerte, en vez de vergüenza sentiría nostalgia o alegría. Me equivoqué.

De hecho, prácticamente llegué a sentir vergüenza ajena. Sí, habéis leído bien, ajena, porque no lograba reconocerme en esos textos. ¿Realmente yo había sido capaz de llegar a producir tal cantidad, sobredosis mejor dicho, de basura edulcorada y sentimentaloide? ¿Qué mierda me debía haber tomado en el momento que cogí el bolígrafo? ¿Cómo pude llegar a escribir cosas como ésta?


Martes, 1 de febrero de 2005

Hace tiempo que no te escribo de este modo, pero hoy me ha vuelto a invadir esa necesidad, ese sentimiento, entre el amor y la nostalgia, que me impiden dejar de pensar en ti y en todo lo que te quise y te quiero.

Y es que quiero, deseo y anhelo tantas cosas... Quiero volver a verte, volver a besarte, volver a abrazarte y acariciarte. Deseo volver a estar contigo. Disfrutar de tu presencia y contemplar con dulzura tu largo pelo, perderme en la profundidad de tu mirada. Volver a sentir tus suaves manos y volver a recorrer todas las curvas de tu hermoso cuerpo.

Anhelo volver a oír tu voz, disfrutar de tú compañía, de tu frescura, de tus comentarios y de tu simpatía. Revivir esos momentos entrañables y maravillosos que ahora son meros recuerdos. Recuerdos que evocan una infinidad de sentimientos. Sentimientos encontrados, alegres y tristes. Alegres por lo que sucedió y tristes por el temor de que no vuelvan a suceder.
Recuerdos que confirman mis primeras sensaciones que tuve al verte: tú eras única, perfecta a mis ojos. Me llenaste como nadie había hecho y dejaste un vacío enorme cuando te fuiste.
Espero que pronto nos volvamos a ver, siento que no pudiese ser estas navidades, pero haré todo lo posible para que sea en semana santa.

Te quise como a nadie, te quiero como nunca, y dudo que algún día pueda dejar de quererte.


Y ahora no me vayáis a malinterpretar, la chica realmente merecía la pena. Sexualmente lo tenía todo para resultar fatalmente atractiva. Piernas largas, culo prieto, alto, de tamaño generoso, muy bien puesto, pecho abundante y firme, labios carnosos, mirada cálida, con un punto exótico, ojos grandes, pero con una forma ligeramente almendrada, piel morena, de un bronceado intenso y regular, y una larga melena castaño oscuro de pelo ligeramente ondulado. Físicamente, sin albergar ningún tipo de duda, era la quinta esencia de la sexualidad en estado puro, cuya belleza se aleja del canon racional. Una atracción que no nace fruto de la armonía, gracia y equilibrio de todas sus curvas y facciones. No, no era una belleza que se percibe con la cabeza, era un tipo de belleza que te aprieta los cojones.

Además resultaba una chica inteligente, tremendamente simpática, agradable, de trato fácil, pero que además poseía carácter y personalidad. En definitiva, una chica por la que resultaba tremendamente sencillo perder la cabeza. Pero todo esto no quita, ni tan siquiera atenúa, la sensación de bochorno y ridículo que experimenté tras leer esas cartas, lo que me hizo dar cuenta de que difícilmente existe mecanismo más estúpido en la naturaleza que el amor.

Bueno, pensándolo mejor, quizá debería matizar esa afirmación: estúpido hoy día. En su momento está claro que tuvo su utilidad, su razón de ser, ya que antaño existía la necesidad de establecer unos lazos afectivos sólidos en el apareamiento que permitiesen, llegado el momento, un entorno familiar capaz de ofrecer protección y seguridad a los renacuajos. Ya que en el caso de los hombres, las crías dependen de sus progenitores varios años.

En tal circunstancia, parecía un mecanismo muy audaz el provocar una respuesta bioquímica en el organismo, un aumento en la segregación de serotonina y dopamina que indujese una sensación de placer intenso sólo con la mera presencia y cercanía de la pareja sexual.

Pero hoy día, ¿de qué sirve todo eso? El sexo ha dejado de responder a necesidades reproductivas. De hecho, para mucha gente la finalidad reproductiva es más un engorro que otra cosa. En una sociedad donde el sexo es casi más ocio que otra cosa, el amor termina siendo un lastre, un engorro, un mecanismo que entorpece tu relación con el entorno y que termina nublándote la vista y, en algunos casos, haciendo perder el poco uso de razón que nos queda. Un mecanismo que, actualmente, en la enorme mayoría de los casos, sólo sirve para hacer daño, para ser felices un breve periodo de tiempo y desgraciados el resto.

Ojalá pudiese ser de los que piensa que el amor puede durar para siempre, ser eterno. Ojalá pudiese ser uno de esos muchos ilusos que lo creen. Pero me es demasiado difícil negar la realidad, lo que me es demasiado evidente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario